El avance global hacia una economía baja en emisiones depende cada vez más de la cooperación internacional. En los últimos años, la expansión de las energías limpias ha superado récords, evidenciando que los cambios estructurales en el sistema energético son posibles cuando convergen la visión compartida, el financiamiento y el desarrollo tecnológico. Sin embargo, la magnitud del desafío exige acciones coordinadas que integren gobiernos, sector privado e instituciones financieras para acelerar la transición en sectores que aún presentan rezagos.
La iniciativa internacional para acelerar las transiciones sectoriales establece metas que buscan que las tecnologías limpias sean más accesibles, económicas y atractivas que sus alternativas contaminantes hacia 2030. Estas metas abarcan la electricidad, el hidrógeno, el transporte por carretera, el acero, el cemento, los edificios y la agricultura. La cooperación se convierte, así, en un medio para armonizar estándares, movilizar recursos y fortalecer cadenas de suministro que sustenten una transformación profunda de los mercados energéticos y productivos. El progreso alcanzado en la generación eléctrica muestra un cambio notable. Por primera vez, más del 40% de la electricidad mundial proviene de fuentes de bajas emisiones, y las inversiones en energía limpia duplican a las destinadas a los combustibles fósiles. No obstante, la infraestructura de redes eléctricas no avanza al mismo ritmo, lo que limita la integración de renovables y la seguridad del suministro. Superar este obstáculo requiere planificación regional, interconexiones y financiamiento estable, especialmente en economías emergentes, donde la brecha de inversión sigue ampliándose.
El hidrógeno renovable y de bajas emisiones aparece como una oportunidad estratégica, aunque su despliegue continúa siendo limitado frente a las alternativas fósiles. La reducción de costos, la estandarización de certificaciones y el aumento de acuerdos de compra a largo plazo son pasos necesarios para estimular la demanda y atraer capital. La colaboración entre países con abundantes recursos renovables y mercados industriales avanzados puede favorecer el desarrollo de polos productivos competitivos que impulsen nuevas cadenas de valor. A su vez, el transporte terrestre atraviesa una transformación impulsada por el crecimiento de los vehículos eléctricos, que ya representan más de una quinta parte de las ventas mundiales. Sin embargo, la adopción es desigual y la transición del transporte pesado requiere mayores esfuerzos. Las políticas compartidas sobre estándares de emisiones, incentivos a la producción y expansión de corredores de carga eléctrica pueden acelerar la descarbonización y reducir la dependencia del petróleo.
Los sectores industriales intensivos en energía, como el acero y el cemento, concentran aún gran parte de las emisiones globales. La cooperación internacional puede reducir riesgos financieros mediante acuerdos de compra de productos con emisiones cercanas a cero, apoyando la viabilidad de nuevas plantas y tecnologías. En paralelo, el fortalecimiento de los mercados de materiales sostenibles estimula la innovación y genera oportunidades de desarrollo económico en regiones con abundantes recursos renovables. Por su parte, el ámbito agrícola adquiere protagonismo con la incorporación del tema de los fertilizantes. Este sector, responsable de aproximadamente el 2,4% de las emisiones globales, es vital para la seguridad alimentaria. Reducir su huella requiere una acción colectiva orientada a estandarizar definiciones, fomentar la innovación en producción limpia y promover un uso más eficiente de nutrientes y suelos. De este modo, la sostenibilidad agrícola puede ir de la mano de la equidad social y la asequibilidad de los alimentos.
La integración de objetivos a largo plazo más allá de 2030 resulta esencial para mantener la confianza de los inversores y orientar las decisiones políticas. La transición energética solo podrá consolidarse si los avances técnicos se acompañan de mecanismos financieros inclusivos, planificación de infraestructura resiliente y estrategias de justicia social que garanticen beneficios compartidos. En este sentido, la cooperación internacional no solo acelera el cambio tecnológico, sino que también refuerza la seguridad energética, la estabilidad económica y la cohesión entre países.
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