La transición energética en América Latina y el Caribe se encuentra en un momento decisivo que exige acelerar el paso hacia un modelo más sostenible, innovador e inclusivo. A pesar de contar con abundantes recursos renovables, una alta diversidad geográfica y una dependencia moderada de los combustibles fósiles, el progreso hacia una transformación profunda del sector energético ha sido desigual y más lento de lo esperado. Esta situación revela una brecha entre el potencial estructural de la región y su nivel de preparación para encaminarse hacia una economía baja en carbono.
El desarrollo de energías limpias avanza, pero enfrenta limitaciones vinculadas con la falta de coordinación entre políticas nacionales, la escasa inversión privada y la modernización pendiente de la infraestructura eléctrica. Las redes de transmisión continúan siendo frágiles y fragmentadas, lo que impide aprovechar plenamente los recursos solares, eólicos e hidroeléctricos disponibles en distintos países. La interconexión regional aparece como una condición indispensable para mejorar la resiliencia, reducir costos y equilibrar la oferta y la demanda de energía. Al integrar sistemas eléctricos más amplios y flexibles, sería posible gestionar mejor la variabilidad de las fuentes renovables y fortalecer la seguridad energética regional.
El fortalecimiento del marco institucional y la mejora de la gobernanza resultan determinantes para impulsar las reformas que la región necesita. La previsibilidad normativa, la estabilidad regulatoria y la transparencia en los procesos de planificación son factores que pueden estimular la confianza de los inversionistas y ampliar el acceso al financiamiento. Sin estas condiciones, las tecnologías renovables, el almacenamiento y la digitalización difícilmente lograrán escalar de manera sostenida. La transición requiere, además, una visión coordinada que supere los intereses nacionales y permita armonizar políticas fiscales, regulatorias y ambientales.
El desarrollo de capacidades humanas y la formación técnica emergen como ejes estratégicos. La transformación energética no solo implica sustituir fuentes de generación, sino también reinventar el sistema productivo y adaptar la fuerza laboral a nuevas competencias. Invertir en educación, investigación y transferencia tecnológica permitirá crear empleos sostenibles y asegurar que la transición sea socialmente justa. Además, la participación activa de las comunidades en proyectos energéticos contribuye a fortalecer la aceptación social y a distribuir los beneficios de manera más equitativa.
La innovación tecnológica, a su vez, se posiciona como un motor decisivo para acelerar la transformación. El aprovechamiento del potencial solar y eólico puede combinarse con soluciones emergentes como el hidrógeno verde, la gestión inteligente de redes y el almacenamiento de energía a gran escala. Estas tecnologías abren oportunidades para diversificar las economías, atraer inversión extranjera y posicionar a la región como un proveedor relevante de energía limpia y de minerales estratégicos para la transición global. Sin embargo, alcanzar estos beneficios requiere coordinación entre gobiernos, sector privado y organismos internacionales, de modo que las políticas de innovación estén alineadas con los objetivos de sostenibilidad y desarrollo económico.
A la par, el fortalecimiento de la cooperación regional es esencial para enfrentar desafíos compartidos. Las asimetrías económicas, las brechas tecnológicas y las diferencias en el acceso a financiamiento pueden abordarse mediante mecanismos de colaboración y proyectos conjuntos. Compartir infraestructura, conocimientos y marcos regulatorios coherentes puede generar un efecto multiplicador sobre la transición. En este sentido, la región tiene la oportunidad de avanzar hacia un modelo energético más competitivo y resiliente, basado en la integración, la eficiencia y la innovación. América Latina y el Caribe poseen las condiciones para convertirse en una región líder en sostenibilidad energética. Lograrlo implica acelerar las reformas estructurales, atraer inversión privada, modernizar las redes, potenciar la educación técnica y consolidar la cooperación transnacional. Solo mediante un enfoque coordinado y una planificación a largo plazo será posible traducir el potencial renovable en bienestar social, competitividad económica y seguridad energética para las generaciones futuras.
Para leer más ingrese a:
https://www.weforum.org/publications/energy-transition-readiness-latin-america-and-the-caribbean/
https://reports.weforum.org/docs/WEF_Latin_America&Caribbean_Energy_Transition_2025.pdf