La expansión de la generación distribuida se ha convertido en un proceso que transforma la estructura tradicional del sistema eléctrico, debido a que introduce nuevas formas de producir energía cerca del punto de consumo. A medida que esta modalidad se consolida, se reconfiguran las relaciones entre los agentes del sector, especialmente porque la producción descentralizada modifica la dinámica de la demanda y la manera en que las redes deben operar. De hecho, su surgimiento responde a un contexto donde los usuarios buscan alternativas que reduzcan la dependencia del suministro centralizado y, a la vez, aporten opciones más sostenibles y eficientes.
La generación distribuida se concibe como la producción de energía a pequeña o mediana escala, localizada en instalaciones del usuario o en zonas próximas. A partir de esta característica, se organiza en sistemas que pueden conectarse a la red de distribución o actuar de forma aislada. Dentro de esta categoría se incluyen tecnologías solares, pequeñas plantas hidráulicas, sistemas eólicos de baja potencia, soluciones de cogeneración y otras fuentes emergentes. Gracias a esta diversidad, la estructura del sistema se vuelve más heterogénea, lo que implica nuevos flujos energéticos y una mayor necesidad de coordinación con los operadores de red. A medida que la generación distribuida se incorpora, surgen transformaciones técnicas y económicas. En primer lugar, se altera el sentido tradicional del flujo eléctrico, pues los usuarios dejan de ser exclusivamente consumidores para convertirse en actores mixtos. Esto introduce variaciones en la tensión, fluctuaciones en la potencia y cambios en la manera en que se planifica la expansión del sistema. A la vez, el aumento de productores conectados a redes locales exige reforzar la infraestructura, mejorar sistemas de medición, adoptar estrategias de protección más sofisticadas y garantizar que los niveles de calidad del servicio no se vean comprometidos.
Otro aspecto relevante es la influencia que ejerce sobre los costos regulados y la estructura tarifaria. Debido a que el usuario productor reduce su consumo de la red, disminuye el recaudo que permite financiar la operación del sistema, lo cual genera debates sobre la sostenibilidad económica del modelo regulatorio. Por ello, se plantea la necesidad de revisar metodologías de remuneración para que la distribución mantenga su viabilidad y pueda adaptarse a un entorno más descentralizado. De esta manera, la relación entre inversión en redes y producción local de energía se vuelve un tema que requiere equilibrio, pues el operador debe garantizar confiabilidad y seguridad sin perder estabilidad financiera. A medida que se profundiza este cambio, emergen también cuestionamientos vinculados a la gestión de los excedentes energéticos. Los mecanismos de medición neta, facturación neta o venta de excedentes pueden incentivar la adopción de tecnologías, pero también generan tensiones si no están diseñados de forma coherente con las necesidades técnicas del sistema. Por ello, se discute cómo establecer condiciones que promuevan la participación de los usuarios sin comprometer la planificación de largo plazo.
La generación distribuida también aporta flexibilidad, puesto que complementa la red en momentos de alta demanda o en zonas donde la expansión de la infraestructura tradicional es costosa. Sin embargo, esa misma flexibilidad requiere herramientas de coordinación que permitan prever variaciones en la producción, especialmente en tecnologías intermitentes. Así, se potencia la necesidad de digitalización, monitoreo avanzado y participación activa de los usuarios como gestores energéticos. La transición hacia un sistema con mayor generación distribuida impulsa la adopción de modelos donde los operadores de red evolucionan desde tareas puramente técnicas hacia funciones más orientadas a la gestión de recursos distribuidos. Esta transformación implica nuevas responsabilidades, como integrar almacenamiento, coordinar flujos bidireccionales y garantizar que la red siga siendo un espacio accesible y seguro para todos los participantes. De esta manera, la generación distribuida no solo modifica la infraestructura física, sino también la estructura institucional del sector eléctrico.
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