La evolución de los sistemas eléctricos de distribución está marcada por una creciente complejidad operativa derivada de la electrificación, la descentralización de la generación, la digitalización de activos y la participación de los usuarios. En este contexto, las redes de distribución dejan de ser infraestructuras pasivas para convertirse en plataformas dinámicas capaces de integrar flujos bidireccionales de energía, datos y servicios. Esta transformación exige una adopción progresiva de tecnologías que permitan gestionar la variabilidad, mejorar la observabilidad y reforzar la capacidad de respuesta frente a condiciones cambiantes.
El despliegue masivo de recursos energéticos distribuidos, como generación renovable a pequeña escala, almacenamiento y vehículos eléctricos, incrementa la presión sobre las redes existentes. Por consiguiente, la operación tradicional basada en planificación estática y refuerzos físicos resulta insuficiente para garantizar eficiencia y estabilidad. Frente a ello, se impulsa la incorporación de soluciones digitales orientadas a una gestión más flexible de la red, apoyadas en datos en tiempo casi real y en capacidades avanzadas de control. La digitalización de la infraestructura aparece como un habilitador transversal de este cambio. Sensores avanzados, dispositivos inteligentes y sistemas de comunicación permiten una mayor visibilidad del estado de la red, facilitando la detección temprana de incidencias y la optimización del uso de activos. Además, la estandarización de datos y la interoperabilidad entre sistemas favorecen la integración de nuevas aplicaciones, reduciendo la fragmentación tecnológica y mejorando la coherencia operativa. Sobre esta base, las plataformas digitales adquieren relevancia como espacios de coordinación entre múltiples actores. A través de ellas, los operadores de red pueden interactuar con agregadores, proveedores de flexibilidad y consumidores activos, habilitando nuevos modelos de mercado a nivel local. Estos esquemas permiten aprovechar capacidades distribuidas para gestionar congestiones, equilibrar la red y diferir inversiones en infraestructura física. Asimismo, la participación de los usuarios introduce incentivos económicos y señales operativas que fortalecen la eficiencia del sistema.
La automatización avanzada refuerza estas dinámicas al reducir la dependencia de intervenciones manuales. Funciones como la reconfiguración automática de la red, el control de voltaje y la gestión de activos basada en condición contribuyen a mejorar la continuidad del servicio y a optimizar los costos operativos. Al mismo tiempo, la integración de inteligencia artificial y analítica avanzada amplía la capacidad de anticipar comportamientos, evaluar riesgos y apoyar la toma de decisiones en entornos inciertos. Sin embargo, la adopción tecnológica no se limita a soluciones maduras. También se observa una exploración activa de innovaciones emergentes, incluyendo gemelos digitales, tecnologías de comunicación de próxima generación y arquitecturas basadas en la nube. Estas herramientas permiten simular escenarios complejos, evaluar impactos de largo plazo y escalar capacidades de forma más eficiente. No obstante, su incorporación requiere ajustes organizacionales, nuevas competencias y marcos de gobernanza adaptados a entornos digitales. La ciberseguridad y la resiliencia adquieren una relevancia creciente en este proceso. El aumento de la conectividad y la dependencia de sistemas digitales amplían la superficie de exposición a amenazas, por lo que las estrategias de protección deben integrarse desde el diseño de las soluciones. La gestión de identidades, la segmentación de redes y la monitorización continua se combinan con enfoques de resiliencia orientados a mantener la operación frente a fallas técnicas o eventos extremos.
La transformación tecnológica de las redes de distribución se configura como un proceso gradual y heterogéneo, donde la madurez de las soluciones varía según su nivel de adopción y valor demostrado. La combinación de digitalización, automatización y nuevos modelos de interacción redefine la forma en que se planifican y operan las redes. De este modo, los operadores avanzan hacia sistemas más flexibles, observables y adaptables, capaces de acompañar la transición energética y responder a las demandas de un entorno eléctrico en constante evolución.
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