Preparing Resilient Transportation Systems for Heatwaves

El aumento de las olas de calor, impulsado por el cambio climático, está transformando radicalmente la manera en que las sociedades deben concebir y gestionar sus sistemas de transporte. El incremento sostenido de las temperaturas genera daños en la infraestructura, altera los patrones de movilidad y compromete la salud de los usuarios y trabajadores. En este contexto, la resiliencia del transporte se convierte en un aspecto esencial para garantizar la continuidad del desarrollo urbano, la seguridad y la equidad social. A medida que los episodios de calor extremo se intensifican, las carreteras experimentan deformaciones, grietas y fallas estructurales. Más del 90% del deterioro del pavimento ocurre durante las estaciones cálidas, y los costos asociados se incrementan exponencialmente si las medidas de adaptación se postergan. Las soluciones más efectivas incluyen el uso de materiales termorresistentes, pavimentos reflectivos o permeables, así como el rediseño de drenajes y puentes. Sin embargo, estas intervenciones requieren planificación proactiva y coordinación entre gobiernos, empresas y centros de investigación, puesto que las respuestas reactivas resultan hasta cuarenta veces más costosas a largo plazo.

Las redes ferroviarias también enfrentan desafíos significativos. El calor provoca dilataciones en los rieles, pandeos y caídas en la velocidad operativa. En países europeos se proyecta que los incidentes por deformación de vías se multipliquen varias veces hacia mediados de siglo. Además, el aumento térmico afecta al personal ferroviario y a los sistemas eléctricos de señalización. Para mitigar estos riesgos, se promueven tecnologías basadas en sensores del Internet de las Cosas que monitorean defectos y activan alertas tempranas. Igualmente, la programación flexible de servicios y el fortalecimiento de sistemas de ventilación y climatización ayudan a sostener la operación en condiciones extremas.  En el transporte aéreo, las altas temperaturas reducen la capacidad de sustentación de las aeronaves y deterioran las pistas. La necesidad de restringir peso o ampliar distancias de despegue implica pérdidas operativas y mayor consumo energético. Frente a ello, la reprogramación de vuelos a horas más frescas, la modernización de pavimentos con materiales resistentes al calor y la mejora de sistemas HVAC se perfilan como estrategias razonables. Estas medidas, no obstante, demandan recursos económicos significativos y cooperación internacional para generar soluciones tecnológicas compartidas.

Las consecuencias del calor también se reflejan en el transporte público y en la movilidad activa. El malestar térmico reduce la demanda de buses, metros y bicicletas, especialmente en zonas de bajos ingresos donde las condiciones de espera son precarias. Incorporar vegetación, sombra y ventilación natural en los espacios urbanos contribuye a disminuir el estrés térmico y mantener la accesibilidad. La planificación urbana, en este sentido, debe articular la infraestructura de transporte con políticas de salud y justicia ambiental para evitar que las comunidades más vulnerables soporten desproporcionadamente los efectos del calor. Las olas de calor modifican además los comportamientos de los usuarios. Las personas ajustan horarios, rutas y modos de viaje, mientras que los trabajadores expuestos experimentan mayores riesgos de fatiga y enfermedades. Las medidas de adaptación social incluyen pausas programadas, acceso a zonas de descanso climatizadas y campañas de información que fomenten la protección personal. Estos cambios requieren una visión integrada que considere tanto la infraestructura física como las dimensiones humanas del transporte.

Para avanzar hacia sistemas verdaderamente resilientes, es indispensable priorizar las inversiones según vulnerabilidad y equidad. Las soluciones deben adaptarse al contexto regional, combinar innovación tecnológica con medidas naturales y fortalecer la gobernanza multinivel. El uso de sensores inteligentes, materiales de cambio de fase, techos verdes y corredores sombreados puede reducir los impactos si se acompaña de políticas inclusivas y datos confiables. En suma, anticipar, prevenir y recuperar se convierte en un ciclo continuo de adaptación. Solo mediante una planificación coherente y colaborativa será posible mantener la movilidad urbana ante un futuro cada vez más cálido y exigente.

El aumento de las olas de calor, impulsado por el cambio climático, está transformando radicalmente la manera en que las sociedades deben concebir y gestionar sus sistemas de transporte. El incremento sostenido de las temperaturas genera daños en la infraestructura, altera los patrones de movilidad y compromete la salud de los usuarios y trabajadores. En este contexto, la resiliencia del transporte se convierte en un aspecto esencial para garantizar la continuidad del desarrollo urbano, la seguridad y la equidad social. A medida que los episodios de calor extremo se intensifican, las carreteras experimentan deformaciones, grietas y fallas estructurales. Más del 90% del deterioro del pavimento ocurre durante las estaciones cálidas, y los costos asociados se incrementan exponencialmente si las medidas de adaptación se postergan. Las soluciones más efectivas incluyen el uso de materiales termorresistentes, pavimentos reflectivos o permeables, así como el rediseño de drenajes y puentes. Sin embargo, estas intervenciones requieren planificación proactiva y coordinación entre gobiernos, empresas y centros de investigación, puesto que las respuestas reactivas resultan hasta cuarenta veces más costosas a largo plazo.

Las redes ferroviarias también enfrentan desafíos significativos. El calor provoca dilataciones en los rieles, pandeos y caídas en la velocidad operativa. En países europeos se proyecta que los incidentes por deformación de vías se multipliquen varias veces hacia mediados de siglo. Además, el aumento térmico afecta al personal ferroviario y a los sistemas eléctricos de señalización. Para mitigar estos riesgos, se promueven tecnologías basadas en sensores del Internet de las Cosas que monitorean defectos y activan alertas tempranas. Igualmente, la programación flexible de servicios y el fortalecimiento de sistemas de ventilación y climatización ayudan a sostener la operación en condiciones extremas.  En el transporte aéreo, las altas temperaturas reducen la capacidad de sustentación de las aeronaves y deterioran las pistas. La necesidad de restringir peso o ampliar distancias de despegue implica pérdidas operativas y mayor consumo energético. Frente a ello, la reprogramación de vuelos a horas más frescas, la modernización de pavimentos con materiales resistentes al calor y la mejora de sistemas HVAC se perfilan como estrategias razonables. Estas medidas, no obstante, demandan recursos económicos significativos y cooperación internacional para generar soluciones tecnológicas compartidas.

Las consecuencias del calor también se reflejan en el transporte público y en la movilidad activa. El malestar térmico reduce la demanda de buses, metros y bicicletas, especialmente en zonas de bajos ingresos donde las condiciones de espera son precarias. Incorporar vegetación, sombra y ventilación natural en los espacios urbanos contribuye a disminuir el estrés térmico y mantener la accesibilidad. La planificación urbana, en este sentido, debe articular la infraestructura de transporte con políticas de salud y justicia ambiental para evitar que las comunidades más vulnerables soporten desproporcionadamente los efectos del calor. Las olas de calor modifican además los comportamientos de los usuarios. Las personas ajustan horarios, rutas y modos de viaje, mientras que los trabajadores expuestos experimentan mayores riesgos de fatiga y enfermedades. Las medidas de adaptación social incluyen pausas programadas, acceso a zonas de descanso climatizadas y campañas de información que fomenten la protección personal. Estos cambios requieren una visión integrada que considere tanto la infraestructura física como las dimensiones humanas del transporte.

Para avanzar hacia sistemas verdaderamente resilientes, es indispensable priorizar las inversiones según vulnerabilidad y equidad. Las soluciones deben adaptarse al contexto regional, combinar innovación tecnológica con medidas naturales y fortalecer la gobernanza multinivel. El uso de sensores inteligentes, materiales de cambio de fase, techos verdes y corredores sombreados puede reducir los impactos si se acompaña de políticas inclusivas y datos confiables. En suma, anticipar, prevenir y recuperar se convierte en un ciclo continuo de adaptación. Solo mediante una planificación coherente y colaborativa será posible mantener la movilidad urbana ante un futuro cada vez más cálido y exigente.

Para leer más ingrese a:

https://openknowledge.worldbank.org/entities/publication/03c391fb-4f12-484d-aac1-16a2c9791cad

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