Recalibrating the Role of Banks in the Energy Transition

En los últimos años, el sector bancario ha experimentado un cambio en su percepción respecto a su rol en la transición energética y la lucha contra el cambio climático. Aunque exista un reconocimiento de que las instituciones financieras pueden contribuir significativamente a reducir las emisiones y apoyar la economía en la adopción de tecnologías limpias, también se evidencian limitaciones que impiden aprovechar plenamente estas oportunidades. En este contexto, es importante comprender las restricciones que enfrentan los bancos, además de cuestionar las ideas preconcebidas que han guiado las expectativas en torno a su papel en la transformación sostenible. A pesar de que en la última década se ha movilizado una cantidad considerable de fondos para enfrentar los efectos del cambio climático, no se ha logrado un ritmo de avance que sea suficiente para alcanzar los objetivos de descarbonización y transición necesarios. En varias ocasiones, las iniciativas voluntarias y los requisitos regulatorios han impulsado cambios en la gobernanza y en las prácticas de divulgación de información en las instituciones financieras, sin que esto necesariamente se haya traducido en un incremento sustancial en transacciones que apoyen directamente proyectos verdes o sostenibles. A menudo, el enfoque en la medición de emisiones financiadas y el establecimiento de metas de reducción ha llevado a una fatiga en las áreas responsables, desviando recursos que podrían estar dirigidos a la identificación de oportunidades reales en el mercado.

Al mismo tiempo, existe una percepción equivocada acerca de la capacidad de los bancos para gestionar riesgos relacionados con el cambio climático. La existencia de diversos marcos regulatorios y estándares que buscan informar y mejorar la transparencia en el sector, en realidad, genera cierta confusión. La multiplicidad de taxonomías, guías y criterios puede dificultar la comprensión y la implementación de acciones concretas dirigidas a apoyar el sector en la transición. Además, la existencia de expectativas de que los bancos lideren sin contar con un apoyo institucional más amplio o cambios en la estructura económica limita su impacto. Estos actores enfrentan restricciones fiduciarias, dado que sus responsabilidades legales y éticas, diseñadas para proteger intereses establecidos, a menudo los inducen a priorizar aquellos proyectos con perfiles de riesgo y retorno conocidos y seguros, relegando las iniciativas innovadoras y de alto riesgo relacionadas con tecnologías emergentes. Otra de las dificultades está relacionada con los desafíos estructurales que introduce la economía actual, donde los modelos tradicionales de evaluación de riesgos y las estrategias de inversión suelen favorecer sectores fósiles, que presentan datos históricos, mercados maduros y conexiones infraestructurales ya establecidas. Esto dificulta que las tecnologías nuevas y limpias puedan superar los obstáculos de financiamiento, debido principalmente a su perfil de riesgo y a la falta de un pipeline de proyectos que sean considerados susceptibles de inversión bajo las políticas y criterios existentes. Por ello, aunque las instituciones han establecido metas ambiciosas y han comenzado a divulgar sus acciones frente al cambio climático, la realidad muestra que aún falta mucho para que estas metas generen un impacto palpable en las emisiones globales.

En este escenario, el fortalecimiento del papel que pueden desempeñar los bancos requiere un replanteamiento estratégico. De manera que no basta con operar en función de los reportes o cumplir con las regulaciones, sino que se deben aprovechar mejor las capacidades que poseen, como la estructuración de financiamiento, el análisis de riesgos, y el asesoramiento a clientes. En lugar de limitarse a promover préstamos ecológicos o proyectos en sectores que ya están avanzados, sería útil identificar cuellos de botella, entender cómo incorporar resiliencia climática o pronóstico regulatorio, y diseñar alianzas que combinen recursos públicos y privados. La implementación de estos enfoques requiere de un cambio en la perspectiva, donde incrementar el impacto real y el valor económico de las inversiones se vuelva prioritario. Adicionalmente, es necesario mejorar las herramientas y los procesos para obtener información que permita evaluar la factibilidad y la ambición de los planes de transición de las empresas. La creación de inteligencia de transición facilitaría decisiones más informadas en los ámbitos del riesgo y la asignación de capital, así como en la estructuración de productos financieros y en la relación con los clientes. Esto no solo ayuda a gestionar mejor los riesgos, sino también a descubrir oportunidades que, de otra forma, podrían ser pasadas por alto debido a la falta de análisis profundo. Sin embargo, el éxito en estos esfuerzos no se puede esperar solo de los bancos; requiere del apoyo coordinado de otros actores, como las autoridades regulatorias, los proveedores de datos, la sociedad civil y los propios clientes.

El proceso de cambio demanda que se establezcan nuevos marcos que orienten las acciones y los recursos hacia resultados concretos en la economía real, evitando caer en atrapamientos regulatorios o en debates estériles. La revisión de métricas, la definición de metas alcanzables, y la identificación de proyectos con potencial de financiamiento son pasos necesarios para transformar las aspiraciones en impactos visibles. La transformación del sector financiero en un aliado más efectivo en la lucha contra el cambio climático, por tanto, exige una visión adaptativa y una disposición a romper con prácticas tradicionales, siempre con un enfoque en generar beneficios tangibles en el mundo real.

Para leer más ingrese a:

https://rmi.org/insight/recalibrating-the-role-of-banks-in-the-energy-transition/

https://rmi.org/wp-content/uploads/dlm_uploads/2025/09/rmi-2025-09-role-of-banks.pdf

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