La energía termosolar, también conocida como solar térmica, aprovecha la radiación solar para generar electricidad o calor a través de sistemas que concentran la luz del sol. Este tipo de tecnología se ha destacado por su capacidad de almacenamiento energético, lo que permite generar electricidad incluso en ausencia de luz solar directa.
Sin embargo, su implementación a gran escala se enfrenta a múltiples desafíos técnicos y económicos. Crescent Dunes, una de las plantas termosolares más ambiciosas de la última década, demuestra las dificultades que conlleva esta tecnología.
Las plantas termosolares emplean espejos parabólicos o heliostatos que siguen el movimiento del sol para captar la mayor cantidad de radiación solar posible. Estos espejos dirigen la luz hacia un receptor central o un tubo que contiene un fluido térmico. Este fluido, que puede ser aceite sintético, agua o sales fundidas, se calienta hasta alcanzar temperaturas de entre 300 y 600 grados Celsius.
El calor acumulado se utiliza para generar vapor que impulsa una turbina conectada a un generador eléctrico, produciendo así electricidad. Además, el fluido térmico permite almacenar energía durante varias horas, un factor crucial para mitigar la intermitencia propia de otras fuentes de energía solar. Este ciclo es eficiente en teoría, pero su implementación práctica ha demostrado ser más compleja de lo esperado.
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