El Reino Unido ha trazado una hoja de ruta ambiciosa para transformar su sistema energético en las próximas décadas. Esta transición no solo busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino también adaptar la economía a una matriz más eficiente, resiliente y menos dependiente de combustibles fósiles. La estrategia contempla tres horizontes temporales principales: descarbonizar el sistema eléctrico para 2030, alcanzar una reducción del 81% de emisiones para 2035 y aproximarse a la neutralidad climática para 2050.

A corto plazo, el crecimiento de las energías renovables es prioritario. Se prevé duplicar la capacidad de generación eólica terrestre y solar, mientras que se proyecta un aumento más modesto para la eólica marina, debido a barreras económicas y logísticas. A pesar de los avances, aún se anticipa una presencia significativa del gas en la generación eléctrica para cubrir picos de demanda y la intermitencia de las renovables. La instalación de sistemas de captura de carbono comienza a tomar forma, pero su despliegue será gradual. En el horizonte de 2035, la electrificación de la demanda energética adquiere protagonismo. A pesar del progreso en el sector eléctrico, la calefacción de edificios y el transporte siguen representando desafíos significativos. La lenta adopción de bombas de calor, junto con la alta dependencia del gas para calefacción residencial, limita la reducción de emisiones en ese sector. En transporte, la electrificación avanza más rápido, especialmente en vehículos particulares, aunque la transición completa aún se ve limitada por la duración del ciclo de vida de los vehículos actuales. Se proyecta que, incluso para 2035, más de la mitad de los automóviles en circulación seguirán siendo impulsados por combustibles fósiles.

El hidrógeno y sus derivados comienzan a integrarse en aplicaciones industriales y en segmentos del transporte donde la electrificación no es viable. A mediano plazo, se estima que esta fuente cubrirá un porcentaje creciente de la demanda energética, aunque su uso estará condicionado por los costos de producción y la disponibilidad de infraestructura adecuada. De cara a 2050, se espera que el sistema energético británico experimente una transformación estructural. La electricidad cubriría cerca de la mitad de la demanda final, lo que representa un cambio significativo respecto a la situación actual. Esta electrificación masiva, acompañada por mejoras en eficiencia energética, provocará una disminución sostenida en el consumo total de energía, incluso en un contexto de crecimiento económico y demográfico. No obstante, las emisiones residuales en sectores como la aviación, el transporte pesado y la calefacción continuarán presentes, lo que dificultará alcanzar la neutralidad total.

El costo de esta transición es considerable, pero se proyecta que el gasto energético promedio por hogar disminuirá cerca del 40% para mediados de siglo. Esta reducción responde a la mejora en la eficiencia de uso y la mayor participación de tecnologías limpias. Las inversiones anuales en infraestructura energética se incrementarán, aunque su proporción respecto al PIB permanecerá estable. En conjunto, el proceso de transición energética en el Reino Unido avanza con pasos firmes, aunque enfrenta tensiones entre los objetivos climáticos y las realidades económicas y tecnológicas. La implementación efectiva de políticas públicas, el apoyo a la innovación y la coordinación multisectorial serán determinantes para que el país logre consolidar un sistema energético más limpio, equilibrado y adaptado a los desafíos del siglo XXI.

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