La equidad de género continúa avanzando a paso lento y desigual en el mundo, a pesar de casi dos décadas de seguimiento sistemático. En 2025, el progreso global hacia la paridad de género alcanza un 68,8%, apenas 0,4 puntos porcentuales más que el año anterior. Esta cifra refleja una mejora modesta y revela que, de mantenerse la tendencia actual, tomaría 123 años cerrar completamente la brecha. La evolución es heterogénea entre las cuatro dimensiones evaluadas: salud y supervivencia (96,2%), logros educativos (95,1%), participación económica (61,0%) y empoderamiento político (22,9%). Si bien los logros en salud y educación se han estabilizado, los rezagos en oportunidades económicas y representación política son persistentes y amplios.
Al analizar la participación económica, se observa que las mujeres siguen estando sobrerrepresentadas en sectores menos remunerados y subrepresentadas en cargos de liderazgo. Aunque las tasas de matriculación en educación superior favorecen a las mujeres en la mayoría de los países, esta ventaja educativa no se traduce de forma efectiva en mayores oportunidades laborales o acceso equitativo al liderazgo. Solo el 29,5% de los altos directivos con educación terciaria son mujeres. Esta desconexión revela ineficiencias sistémicas entre el sistema educativo y el mercado laboral. La representación política presenta la mayor brecha y una de las más desiguales entre países. Solo nueve naciones han cerrado más de la mitad de esta brecha. Mientras algunas como Islandia alcanzan niveles cercanos al 95%, otras como Vanuatu apenas superan el 0,6%. Esta disparidad pone en evidencia la lentitud con la que se transforma la representación femenina en los espacios de toma de decisión, a pesar de su impacto directo en las políticas públicas y asignaciones presupuestarias.
A nivel regional, Norteamérica y Europa se ubican en los primeros lugares, con niveles de paridad superiores al 75%. Latinoamérica destaca por su velocidad de progreso, con un incremento de 8,6 puntos desde 2006. En contraste, regiones como el Sur de Asia o el Medio Oriente y Norte de África siguen rezagadas, con niveles de paridad por debajo del 65%. No obstante, algunas economías de ingresos bajos han demostrado avances más consistentes que muchas de las economías de altos ingresos, lo que demuestra que el desarrollo económico no garantiza, por sí solo, mayor equidad de género. Por otra parte, el informe advierte que la existencia de marcos legales no asegura su implementación efectiva. En la mayoría de los países, existe una brecha entre las leyes vigentes y los mecanismos prácticos para hacerlas cumplir. Además, factores geoeconómicos como las transformaciones tecnológicas y la fragmentación del comercio global pueden amenazar los avances logrados, especialmente en sectores exportadores donde las mujeres han ganado terreno.
La participación laboral femenina, aunque ha mejorado, sigue condicionada por patrones de género arraigados. La carga del cuidado continúa recayendo desproporcionadamente sobre las mujeres, afectando sus trayectorias profesionales. Las interrupciones laborales relacionadas con la maternidad suelen ser más prolongadas, y la falta de sistemas de cuidado adecuados limita el aprovechamiento del talento femenino. En suma, aunque los avances son innegables, el ritmo actual es insuficiente para lograr una equidad sustantiva en un horizonte cercano. Superar las brechas de género requiere no solo compromiso político, sino también el rediseño de estructuras institucionales, la transformación de normas sociales y una implementación eficaz de políticas integrales. Las sociedades que logren aprovechar de manera plena el talento disponible en toda su diversidad estarán mejor preparadas para enfrentar los desafíos futuros y construir economías más resilientes e inclusivas.
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