A pesar de enfrentarse a crisis superpuestas, la Unión Europea ha dado pasos importantes en los últimos cinco años. Como destacaba el Libro Blanco de CERRE, Ambiciones para Europa 2024-2029, en los últimos años se han registrado avances significativos en la generación de energías renovables, así como en la eliminación progresiva de los combustibles fósiles, también como consecuencia de la crisis de precios de la energía de 2022. Además, la UE se sitúa en torno a una reducción del 36% de las emisiones netas de gases de efecto invernadero (GEI) en 2023 en comparación con los niveles de 1990. Se han observado progresos desiguales en el ámbito de la eficiencia energética, dado que la reducción de la demanda se debe en parte a la menor actividad industrial tras la crisis de 2022. Aunque la Unión Europea avanza en la dirección correcta para cumplir los objetivos previamente establecidos para 2030, los nuevos objetivos más ambiciosos para ese año requieren un proceso de transición más rápido, lo que aumenta los riesgos de una evolución desordenada y desequilibrada del sistema energético, en parte porque el éxito en la descarbonización está creando nuevos retos. En febrero de 2024, la Comisión Europea presentó su evaluación de un objetivo climático para 2040 para la UE, en el camino hacia la consecución del objetivo de neutralidad climática para 2050: una economía con cero emisiones netas de gases de efecto invernadero. La Comisión recomendó reducir las emisiones netas de GEI de la UE en un 90% para 2040 en comparación con 1990, perfilando el camino desde el objetivo de 2030 de una reducción del 55%.
Este informe no aborda los objetivos climáticos, que se dan por supuestos; no se discute ni su adecuación ni su realismo. En su lugar, se analizan los retos que pueden surgir en el camino hacia el cero neto. En concreto, aunque el objetivo está claro, encontrar un camino equilibrado para alcanzar los objetivos climáticos de la UE para 2050 puede no estar tan claro. En otras palabras, el camino hasta 2040 no está definido, y los tipos de cambios necesarios son de gran alcance, tanto en términos de alcance como de costo. Las recientes crisis energéticas han demostrado la importancia de la adecuación y la seguridad energéticas, así como de contar con instrumentos políticos armonizados en toda la UE. La pérdida de importaciones de gas de Rusia, agravada por el cierre temporal de la capacidad nuclear francesa y por períodos de condiciones meteorológicas desfavorables, hizo necesaria la movilización de fuentes alternativas de energía, incluida la prolongación de la vida útil de la capacidad que estaba prevista para ser retirada progresivamente, así como la reapertura de capacidad que había sido paralizada o cerrada. La seguridad energética se ha mantenido (al menos en el sentido de que se han evitado cortes importantes), pero solo a costa de enormes aumentos de precios y dolorosas reducciones del consumo de energía. Así, la crisis ha demostrado la vulnerabilidad del suministro energético europeo en plena transición.
Además, ha puesto de manifiesto la necesidad de un planteamiento holístico para desarrollar la industria energética, garantizar una evolución equilibrada y asegurar la robustez ante choques inesperados, al tiempo que la energía limpia se convierta en un motor del desarrollo económico europeo. Los responsables políticos tratan cada vez más de elaborar instrumentos que garanticen el mantenimiento de otros objetivos, en particular el de la adecuación y la seguridad energéticas. Para realizar un análisis exhaustivo del camino hacia 2040, también sería deseable incluir a los futuros Estados miembros de la UE (dado que los mercados se abrirán y los operadores históricos se privatizarán), así como la evolución de las regiones vecinas. Dado el alcance y la velocidad de la transición energética necesaria para alcanzar los objetivos de energía neta cero, existe un riesgo considerable de que no se mantenga el equilibrio a lo largo del proceso. Los desequilibrios pueden deberse a una velocidad desigual de los principales cambios en el sistema energético, cada uno de los cuales depende del progreso de los demás, incluida la adopción de energías renovables (a menudo descentralizadas, no despachables y con bajo costo marginal), la adaptación de la demanda (incluidas las reducciones de volumen, el aumento de la eficiencia, el cambio de la composición energética y la flexibilidad) y el desarrollo y modernización de las infraestructuras (incluyendo redes, almacenamiento y consumo y producción a la carta para equilibrar la demanda y la oferta en el espacio y el tiempo).
Es crucial identificar claramente los márgenes y los riesgos para el sistema, especialmente en lo que respecta a los parámetros estructurales; en otras palabras, una vez acordado el objetivo, el reto consiste en definir la forma del camino y las implicaciones de las decisiones sobre el ritmo y los riesgos asociados a la transición para el sistema energético. Además, hay que identificar a las partes interesadas clave que pueden prepararse y desarrollar herramientas de resiliencia para evitar desequilibrios y gestionarlos cuando y donde se produzcan. Comienza en la sección 1 debatiendo estas cuestiones a nivel general, basándose en la literatura académica y los estudios existentes. A continuación, en la sección 2, se presentan los resultados de una encuesta realizada entre una selección de miembros del CERRE, en la que se pedía a los encuestados que clasificaran el riesgo de diversos desequilibrios potenciales a corto, medio y largo plazo, así como lo que podría hacerse para evitarlos. En la sección 3, se examinan una serie de estudios de casos de distintos países europeos. La penúltima sección, la 4, ofrece un debate a la luz de los resultados, mientras que la sección final, la 5, presenta las conclusiones y recomendaciones.
El riesgo de desequilibrios no es solo una posibilidad, sino ya un reto permanente que requiere una vigilancia constante y, eventualmente, medidas correctoras y preventivas. A medida que el sector energético se orienta hacia las fuentes renovables, pueden surgir discrepancias entre la oferta y la demanda, amplificadas por un ritmo desigual en el desarrollo de infraestructuras y la adopción de tecnologías. Esto puede llevar a situaciones en las que la disponibilidad de energía no se ajuste a los patrones de consumo. Garantizar un suministro energético ininterrumpido y seguro exige una inversión sustancial, también en innovación, y un esfuerzo concertado para ampliar la reducción de la demanda rentable, la flexibilidad de la demanda y el suministro adaptados a la producción y el consumo asociados (por ejemplo, paneles solares con baterías y soluciones energéticas híbridas para la calefacción de espacios), planificando al mismo tiempo la adaptación de las infraestructuras necesaria para cubrir rápidamente los picos de capacidad restantes. La realización de proyectos de infraestructuras de tal envergadura es sensible al tiempo y debe acelerarse para satisfacer la creciente demanda y evitar exacerbar los desequilibrios existentes, pero también debe diseñarse cuidadosamente para evitar que tenga un impacto elevado y duradero en las facturas energéticas de los hogares y otros consumidores de energía. Los procesos de concesión de permisos y la inercia burocrática suponen importantes barreras para el rápido despliegue de nuevos proyectos energéticos. Racionalizar estos procesos es fundamental para mantener el impulso en la transición hacia fuentes de energía más limpias. Una reducción de los retrasos administrativos puede acelerar considerablemente tanto el establecimiento de las infraestructuras necesarias como la integración de las nuevas tecnologías en la red energética. La coordinación entre estos dos elementos, “que deben considerar varios escenarios de consumo”, es primordial, como también se describe en las recomendaciones estratégicas de CERRE para las prioridades de la Comisión Europea 2024-2029.
Los mercados son fundamentales para dirigir la transición energética, proporcionando señales para la asignación de recursos y las direcciones de inversión; es esencial que las señales de precios se transmitan de manera eficiente para que los consumidores y los productores puedan responder racionalmente a las variaciones en las condiciones de la demanda y la oferta, incluida la capacidad de la red. El desarrollo de estos mercados debe ir de la mano de la introducción de incentivos para los servicios de flexibilidad, que son esenciales para suavizar las fluctuaciones de la demanda y la oferta de energía inherentes a las fuentes renovables y a la electrificación de nuevos usos, como la calefacción de espacios. En concreto, los políticos, los responsables políticos y los reguladores deben apreciar adecuadamente los diferentes tipos de desequilibrios en los distintos horizontes temporales y tener debidamente en cuenta las cuestiones de estabilidad de la frecuencia (a corto plazo), equilibrio energético diurno (a medio plazo) y desequilibrios estacionales (a largo plazo) a la hora de planificar inversiones y políticas. Además, dadas las ambiciones de ampliación de la UE, evaluar el impacto de los posibles nuevos miembros en los mercados de la UE es un paso crítico de planificación en los próximos años. Tal y como destacaban las Ambiciones del CERRE para Europa 2024-2029, se debe fomentar la mejora en la eficiencia energética, incluida la fijación de tarifas que incentiven la reducción de la demanda de energía entre los consumidores no vulnerables y las medidas de eficiencia impulsadas por los electrodomésticos inteligentes.
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