La Recomendación de la OCDE de 2010 sobre las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y el Medio Ambiente, adoptada hace más de una década, se destacó como un documento pionero al reconocer la conexión entre las tecnologías digitales y la sostenibilidad medioambiental. Sus diez principios contribuyeron a establecer las bases para el uso de las TIC en la mejora del comportamiento medioambiental, el incremento de la eficiencia energética y la lucha contra el cambio climático. Catorce años después, los avances en tecnologías digitales, como la inteligencia artificial (IA) y el Internet de las Cosas (IoT), evidencian su creciente relevancia en la construcción de resiliencia climática. Sin embargo, estas tecnologías y su infraestructura subyacente presentan una huella ambiental que requiere una gestión adecuada. El impacto dual de las tecnologías digitales, tanto positivo como negativo, ha ganado mayor atención política en los últimos años, a medida que las economías y sociedades avanzan en la transformación digital.
El crecimiento del sector de las TIC ilustra esta evolución, al reflejar una demanda creciente de productos y servicios digitales. Entre 2011 y 2021, el sector creció tres veces más rápido que la economía en su conjunto en los países miembros de la OCDE, mientras que la inversión promedio en TIC se quintuplicó desde 2010. En el ámbito global, el número de usuarios de Internet aumentó un 160 % entre 2010 y 2022, pasando de 2.000 millones a 5.300 millones. Estas tendencias confirman una mayor adopción de las tecnologías digitales, pero también generan interrogantes sobre los impactos ambientales asociados, incluyendo si los efectos negativos han aumentado o si estos se ven contrarrestados por los beneficios sistémicos de la digitalización. El análisis del impacto de las tecnologías digitales sobre el medio ambiente, abordado en tres niveles (directo, facilitador y sistémico), demuestra que estas tecnologías constituyen herramientas clave para la acción climática. Desde el desarrollo de hardware más eficiente hasta productos inteligentes y plataformas que fomentan la transparencia, las tecnologías digitales facilitan decisiones sostenibles y contribuyen a una transición ecológica. Por ejemplo, las plataformas de reuniones virtuales reducen los desplazamientos y su impacto ambiental, los gemelos digitales optimizan la eficiencia energética en edificios y ciudades, y el IoT permite solucionar a distancia defectos de software, reduciendo así los residuos electrónicos.
A pesar de estos avances, las tecnologías digitales tienen una huella ambiental que exige atención. Las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) asociadas con estas tecnologías se han mantenido relativamente constantes gracias a los avances en eficiencia, situándose entre el 1,25 % y el 3 % de las emisiones globales en 2007, y entre el 1,5 % y el 4 % en 2020. Sin embargo, el consumo energético de ciertos componentes, como los centros de datos, ha aumentado, lo que genera retos adicionales, especialmente en zonas urbanas con recursos limitados de agua y electricidad. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el consumo energético de los centros de datos en 2022 osciló entre 240 y 340 teravatios-hora (TWh), superando el consumo eléctrico de varios países de la OCDE. Para mitigar estos impactos negativos, se han promovido técnicas de economía circular, como la reutilización del calor sobrante de los centros de datos para la calefacción urbana. Desde la adopción de la Recomendación en 2010, grandes empresas tecnológicas han asumido un papel destacado como proveedoras de tecnologías digitales y su infraestructura subyacente, además de convertirse en importantes compradores de energía renovable. Estos cambios reflejan transformaciones en la naturaleza de la informática y en las demandas de los consumidores, incluyendo el auge del streaming y la centralización de la capacidad informática en proveedores de nube.
A nivel político, se observa un reconocimiento creciente de la relación entre digitalización y sostenibilidad. Esta se ha integrado en estrategias nacionales, planes de recuperación y agendas específicas que buscan combinar políticas digitales y ambientales. La adopción de un enfoque gubernamental holístico ha mostrado ser un factor determinante para aumentar la efectividad de estas estrategias. La revisión de la Recomendación se plantea como una respuesta necesaria ante la crisis climática y los avances tecnológicos recientes. Las propuestas incluyen la actualización del título para reflejar «tecnologías digitales», el desarrollo de un enfoque integral para la medición, y una mayor consideración del rol del sector privado y la cooperación internacional. Estas revisiones tienen como objetivo asegurar que la Recomendación esté alineada con las transiciones ecológica y digital actuales.
Adoptada hace más de una década, la Recomendación sobre las TIC y el Medio Ambiente fue pionera al reconocer la conexión entre la tecnología digital y la sostenibilidad medioambiental. Sus 10 Principios ayudaron a sentar las bases para utilizar las TIC con el fin de mejorar los resultados medioambientales, aumentar la eficiencia energética y combatir el cambio climático. Catorce años después, los avances de las tecnologías digitales ponen de relieve su creciente impacto en los resultados medioambientales. Pero las propias tecnologías digitales, y su infraestructura subyacente, tienen huellas medioambientales que deben reducirse y gestionarse en el contexto de una crisis climática cada vez mayor. Esta evaluación sugiere que la Recomendación sigue siendo pertinente, pero que podría considerarse su actualización para reflejar los avances en el panorama tecnológico actual y hacer balance de la evolución de las políticas y las buenas prácticas, a fin de que la Recomendación esté más preparada para el futuro. Ha llegado el momento de revisar la pertinencia de la Recomendación y de poner de relieve el liderazgo de los países de la OCDE y las economías asociadas en la rápida consecución de la resiliencia climática y económica.
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